VENEZUELA: PROPAGANDA HUMANITARIA Y RESPONSABILIDAD PENAL INTERNACIONAL

La fotografía de Muammar Al Gaddafi, con su rostro ensangrentado y agonizante tras el linchamiento del 20 de octubre del 2011, es el último ícono que ha usado Marco Rubio —senador republicano de Florida—contra el Presidente Nicolás Maduro. A pocas horas que termine este 24 de febrero, la jornada tras la primera derrota de Guaidó, y después de incesantes tuits reprendiendo y amenazando a otras figuras del chavismo, corona su campaña de propaganda diaria con dípticos de imágenes del éxito y del destino aciago de tres dictadores combatidos por EE.UU. Aquellos mensajes para sus seguidores suman millones de corazones y retuiteos: el panameño Manuel Noriega prontuariado por crimen contra la humanidad y el rumano Nicolae Ceaușescu  detenido con su mujer antes de su ejecución, se suman a la fatalidad del libio. Mas, el que mayor impacto provoca, es éste, por considerarse no solo una amenaza cierta de que su derrocamiento terminaría con una ejecución —fuera de todo orden—; sino la reafirmación de que el gobierno y el parlamentario se autoeximen de la responsabilidad penal internacional que entraña su intervencionismo en Venezuela.

Durante todo el mes precedente, que va desde el reconocimiento de la Presidencia Interina hasta el Concierto de Mr. Branson en Cúcuta, la figura del Coronel de Trípoli había sido utilizada para compararla con la de Maduro y los efectos de un gobierno al que califican de facto y usurpador de la soberanía. Un narco Estado que pone en grave riesgo la seguridad continental. Un régimen socialista que tiene una ciudadanía masacrada, sumiéndola en el hambre y la pobreza. Discurso que una y otra vez, repiten Trump, Pence, Pompeo, Rubio, Bolton y Brams. Antes, cualquier administración de la Casa Blanca y los operadores del Partido Republicano, habían guardado cierto recato o apariencia de ello, consultando al Consejo de Seguridad o proponiendo intervenciones a grupos negociadores de pactos de paz en curso. Incluso en la invasión a Afganistán e Irak, aunque haya sido una mera formalidad. Lo ha sido en el pasado lustro con Siria, Crimea y Gaza. Hoy, en cambio, exhiben paso a paso el diseño estratégico de apoyo a la oposición venezolana y la injerencia que logran sobre CITGO y PDVSA, el que también procuran sobre las Fuerzas Armadas. Todo eso, mientras esperan las elecciones que aún no se convocan.

Así, cual política de espectáculo de masas influenciables por el lobby digital, y de hechos consumados por la fuerza, Washington conduce sus relaciones internacionales de espalda al derecho internacional. Para ello, trastoca el significado de doctrinas, como la de la responsabilidad internacional de proteger que sin la ONU no tiene legitimidad; o, la pretendida ayuda humanitaria que no es más que un donativo a Colombia o a Brasil, porque vulnera toda la normativa que la regula. Y, entonces, hay un triunfalismo que conduce su política exterior y el concepto de justicia penal —cuya jurisdicción e imperio se arroga— que se expresa en trofeos de una estética política del horror: las fotos de los muertos. Che Guevara y Saddam Husseim, son otros ejemplos.

Cabe preguntarse, entonces, si tras el asedio al gobierno chavista en la prensa y en el discurso de la oposición y sus aliados, no hay solamente una campaña política, sino un crimen de agresión que pertenece a la jurisdicción de la Corte Penal Internacional; o, al menos, un principio de ejecución. O, en la misma línea, si la sedición que instigan en las bases de las Fuerzas Armadas cumple con el tipo penal en grado de tentativa respecto a las autoridades norteamericanas involucradas, por ejemplo. Hasta, podría pensarse con la sistematicidad con que Guaidó y sus sostenedores extranjeros denuncian la comisión de crímenes de guerra —contra las aparentes ayudas humanitarias por parte del oficialismo—, que estos también pudieren ser imputables a los estadounidenses y a los Presidentes del Grupo de Lima, toda vez que desafiaron la frontera esperando forzar la entrega de sus donaciones y celebrar el inicio del derrocamiento de Maduro.

Ese tipo de actos de la diplomacia decimonónica, donde los mandatarios se reunían en una conferencia de los vencedores para apoyar a uno de los bandos en un conflicto, —observando la lucha en el campo de batalla o el festín de las ejecuciones ante el frontón y los fusileros—, se había erradicado después de los horrores de la II Guerra Mundial y el orden jurídico del cual es garante Naciones Unidas. No obstante, somos testigos de una vergonzante regresión orquestada desde Washington.  Una demostración de la ética pérdida en la conducción de la política exterior de los Estados gobernados por la derecha allí presente que aceptan los barbarismos del modelo nacionalpopulista de Mr. Trump sin objeciones.

EL SHOW DE LOS DONATIVOS EN CÚCUTA Y LA PRIMERA DERROTA DE GUAIDÓ

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Juan Guaidó, junto a los Presidentes Sebastián Piñera de Chile, Iván Duque de Colombia y Mario Abdó de Paraguay

Es de noche y persiste la llovizna en el comando temporal norteamericano. Los altos parlantes anuncian la llegada de pertrechos, encomiendas privadas y un espectáculo: la gira de las conejitas donada por Hugh Hefner. Allí, se transforma en un ícono, la miss Playboy del año, quien baja del helicóptero y danza en un escenario improvisado, es la más esperada de las chicas: vistiendo un sensual look celeste de vaquerita, y disparando imaginariamente hacia el público, cierra el show con la canción Oh¡ Suzie Q, de fondo. Soldados gritan por ellas, vietnamitas cuelgan de las improvisadas rejas para verlas. Un momento de paz sublime. Y de arbitraria paradoja que devela la espiral invertida de enajenación que viven los militares norteamericanos expuestos a intervenciones en territorio de enemigos socialistas o comunistas. Ahí, la ayuda humanitaria, antes de ser regulada como en el presente, se combinaba con represión, clientelismo y violencia. Afuera no está Charlie, sino la dignidad de pueblos indefensos masacrados. Es una secuencia de la película Apocalypse Now de Franccis Ford Coppola (1979). Y ese recuerdo de Vietnam es el que pesa sobre la retórica oficialista. Errado; exagerado o no, ha sido el triunvirato de Trump, Pence y Pompeo, el que ha revivido la propaganda de la Guerra Fría y la amenaza de la intervención militar contra un pueblo desarmado. Usando la memoria sobre esa conflicto como la amenaza de una geopolítica aplastante. Diría el Presidente estadounidense que, por estos días, mirando las miserias venezolanas, evoca su pasado como héroe de guerra.

Por eso, el despliegue escénico para el Venezuela Live Aid, también denominado Ayuda y Libertad para Venezuela, fue concebido como un instrumento perfecto de propaganda para convencer a la población más joven del dilema de los buenos contra los malos de la historia que representa Guaidó versus Maduro. Influencers, instagramers, it girls y modelos, —como presentan a la misma cónyuge de Juan Guaidó—, que bien podrían estar en el Recital del Príncipe en Londres, o en el Coachella Valley, eran espectadores en una pobre comuna fronteriza de Colombia de la presentación de una treintena de cantantes latinos muy afamados. Ellos, exhibirían al mundo la fuerza de la ola humanitaria y rebelde, la épica de la oposición contra el usurpador y del legítimo derecho a la rebelión dirán varios de sus líderes. Un millón de personas se movilizarían para ir a buscar la que llaman ayuda humanitaria y la transportarían hacia el interior del país. Pasara lo que pasara, era la marcha contra los crímenes del régimen. Por primera vez, además, un conflicto de estas características se transmitía en español y en vivo para varios formatos de tecnología. La barrera idiomática había impedido que conociéramos la verdad sobre el rol de EE.UU. en los últimos 20 años en Medio Oriente, tanto bajo gobiernos demócratas como republicanos. Esto cambiaba, para bien y para mal de sus adeptos.

El show organizado por Richard Branson y Bruno Ocampo, filántropo inglés y empresario de megaeventos colombiano, respectivamente —por encargo de Juan Guaidó y Leopoldo López—, tenía que destacar la oposición global en contra del chavismo. Y mucho lograron en el tráfico de internet. Sin duda, que aquella cercanía con el millonario dejaba en evidencia que los líderes opositores, pese a afirmar que tienen enormes restricciones, pueden hablar directamente con mandatarios y empresarios extranjeros con plena libertad. El londinense arengará desde el escenario para entregar flores a los miembros de la Guardia Nacional Bolivariana para que crucen la frontera y rompan el cerco opresor de la libertad de Venezuela. Una visión muy edulcorada —al estilo de la filmografía de Bollywood— de un conflicto diplomático, en lo externo; y de democracia y derechos humanos en lo interno que era solo parte de los letreros de luces de neón sobre una marquesina que controla EE.UU. La idea era generar una campaña de crowdfounding de donaciones para reunir 100 millones de dólares, la cual estará abierta 60 días en una website creada al efecto. No obstante, no se sabe dónde se depositará ese dinero ni cuál es el plan de acción, toda vez que se usan dos conceptos: ayuda médica e inversión social sustentable, aunque no pueden ingresar al país, salvo que se triangulen los dineros. Los sirios tenían las bitcoins para la alimentación y las aplicaciones de telefonía móvil para atenciones en hospitales de campaña, entrega de alimentos y ropa, o para denunciar crímenes del régimen o de otros grupos. Los libios tuvieron propuestas para crear cuentas bancarias solidarias y hasta se ensayó cierto capitalismo popular sobre empresas estatales. ¿Qué tendrán los venezolanos según Guaidó y su plan?

Aquellos 300.000 asistentes que se reunieron, según los convocantes, no fueron suficientes para activar el operativo de ingreso forzado. Tampoco los militares desertores que cruzaron a Colombia fueron tan heroicos o tan pragmáticos para ejercer una presión tal que se posibilitara cruzar los límites y puentes. Esa tarde, marca el primer fracaso de la gestión de Guaidó y del Grupo de Lima, cambiando abruptamente el eje del conflicto y favoreciendo de manera inmediata a la administración oficialista. El Presidente interino había salido de su país quebrantando su cautelar de arraigo nacional; ya no podría volver, dado que se decretó el cierre de todas las fronteras de Venezuela. Por tanto, ya no tiene el control directo del movimiento, sino uno remoto. Pasa, en los hechos, a una suerte de Presidencia ficticia en el exilio. Arriesga, por otra parte si retorna, a ser imputado y procesado por sedición dada la investigación en curso abierta por el fiscal nacional hace una semana.

Paradigmática es, entonces, la fotografía que muestra la decepción de Luis Almagro, secretario de la OEA, y de los presidentes Abdó, Duque y Piñera —mandatarios de Paraguay, Colombia y Chile— al lado del interino. Era la derrota en un diseño solo para los vencedores. La quema del acoplado de un camión con insumos puesto a pocos metros de la frontera de Venezuela terminó por justificar una medida que era del todo obvia: el retiro de los camiones, el reordenamiento de los aviones norteamericanos y la convocatoria a una reunión urgente del Grupo de Lima, así como una posterior cita al Consejo Permanente de la OEA.

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RECHAZAR LA SUPUESTA AYUDA HUMANITARIA NO ES CRIMEN  DE GUERRA NI DE LESA HUMANIDAD

Entonces, Guaidó e Iván Duque no tardaron esa noche en hacer sus acusaciones en contra del tirano, pero las expresiones más polémicas del Presidente Interino, aludieron a tres casos de crímenes del derecho penal internacional. Uno, acusar al usurpador del Palacio de Miraflores de cometer el crimen de exterminio, por acción y por omisión. Por acción, por medio de grupos irregulares que dispararon en San Antonio y otros poblados, donde masacraron a indígenas y por omisión al no abastecer con la ayuda humanitaria los hospitales en crisis. Dos, que se cometía genocidio toda vez que se rechazaba la ayuda humanitaria y se disparaba a la masa que se manifestaba contra Maduro en las fronteras, y que los militares eran partícipes de esa represión y ejecuciones ilegítimas. Tres, que es crimen de lesa huamanidad la quema y destrucción de ayuda humanitaria.

Cada una de esas imputaciones es rebatible, tanto en el fondo como en la forma, y solo han sido herramienta útil para Guaidó y la estética política del mal que recorre el discurso de EE.UU. ante audiencias que ignoran los límites del derecho internacional. En efecto, tres son las razones elementales para demostrar las falsedades y equívocos del opositor, aludiendo a la normativa que rige las ayudas humanitarias y los crímenes que pueden cometerse con ocasión de la entrega de ellas.

Primera razón: no es ayuda humanitaria, sino una operación política

Lo que se ha acopiado en Cúcuta, Curazao y Brasil no es ayuda humanitaria, sino una operación política que se traduce en donativos de algunos Estados del Grupo de Lima y otros que se sumaron en la Conferencia Mundial sobre la Crisis Humanitaria de la OEA, del pasado 14 de febrero, porque no se ajusta al derecho internacional  de derechos humanos vigente. Asimismo, la pretendida obligación gubernamental de aceptarla violenta uno de los principios esenciales sobre el derecho a la alimentación, componente de la ayuda humanitaria, cual es el de la prohibición de presionar sobre civiles o sobre el Estado recurriendo a la entrega o a la privación de alimentos, axioma fundacional del derecho humanitario.

 Ergo, teniendo este origen de facto, no hay un deber jurídico para recibir tales productos alimentarios e insumos de higiene y salud desde el extranjero, ni menos se está obligado a cuidar de ellos en su cadena de transporte. En efecto, las redes diplomáticas lo que han hecho es ofrecer un socorro a los mandatarios que lo piden cumpliendo con los requisitos del derecho administrativo —que tiene cierta similitud en los países del sur del continente. Ergo, o un Estado la solicita para él mismo, previa declaración de emergencia, como es el caso de Cúcuta; o, la reivindican para ofrecerla a un tercero que es la situación de Curazao y Brasil. Todos ubicarían esos bienes en las fronteras para que el Presidente Maduro la aceptara, de lo contrario, para que los voluntarios, especialmente, venezolanos se acercaran y las distribuyeran.

De manera tal, que podrán ser actos dadivosos, solidarios y bien intencionados, pero deben recurrir a ficciones o simulaciones para entregarla a un Presidente que no es tal. Guaidó no existe en su autoridad investida de Presidente ad interim para el derecho internacional, pese a que los Estados lo reconozcan, eso no pasa de ser un acto simbólico, ya que contraviene los principios de no intervención en asuntos de otro Estado y de respeto a la libre autodeterminación de los pueblos. Por regla general, el reconocimiento es un acto de la diplomacia al presentar credenciales y se rige por las convenciones de Viena de 1961 y 1963 para relaciones diplomáticas y consulares; no respecto a los primeros mandatarios ni menos a los presidentes de consejos ministeriales. Por dicho motivo, es que los gobiernos de Curazao y de Holanda, han aplazado la entrega de su ayuda, ya que no tienen la aceptación del Palacio de Miraflores. Y, el Secretario General de la ONU ha sido enfático: el único Presidente de Venezuela es Nicolás Maduro.

En este sentido, la Cruz Roja Internacional, la FAO y el Programa Mundial de Alimentos, así como el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y su Consejo de Seguridad, han sido estrictos en las últimas dos semanas respecto de rechazar la calidad de humanitaria de esta ayuda. Esto, porque carece de los principios mínimos que la definen: i) Universalidad para que cualquier víctima de un desastre natural o humano sea socorrida sin discriminación; ii) Humanidad para adoptar todas las medidas posibles que eviten o alivien el sufrimiento humano provocado por conflictos o calamidades; iii) Independencia para que las organizaciones humanitarias desempeñen sus funciones sobre la base de sus propias decisiones; iv) Neutralidad para abstenerse de favorecer a una de las partes implicadas o en detrimento de la otra; y, v) Imparcialidad para proporcionar la ayuda humanitaria en función de las necesidades de las víctimas únicamente y  no en función de cualquier otro criterio que suponga discriminación por raza, sexo, o ideología política.

Dicho lo cual, entre los instrumentos que rigen este tipo de cooperación humanitaria, que consiste en transferencias monetarias y de bienes a gran escala, están la Declaración de París sobre la Eficacia de la Ayuda al Desarrollo, los Principios de Ayuda Humanitaria de Naciones Unidas, el Consenso Europeo sobre Ayuda Humanitaria y las directrices para la realización del derecho humano a la alimentación, entre otros. A ninguno de ellos hacen referencia el presidente interino y sus aliados, porque es imposible que lo haga: carece de fuerza y no detenta control sobre territorio alguno. El suyo es un poder ficticio, con vocación dual, que no hace mella sobre el poder del chavismo.

Por tanto, la ayuda humanitaria debe cumplir con una logística y un itinerario de actos previos y posteriores que van desde el control fitosanitario de los productos que ingresan; hasta la dictación de medidas de excepción constitucional, como las emergencias en ciudades o provincias específicas. De forma tal, que un camión estacionado a medio camino del puente que une la frontera, podría ser incinerado, por ejemplo, dado que no se ha certificado la seguridad fitosanitaria del mismo. Nadie se ha puesto en ese problema, lo que no dudarían en ordenar si se tratara de carnes, lácteos y otros insumos alimentarios. También se procede a la autorización de corredores humanitarios para que el personal especializado ingrese al país y sea protegido, así como decretar el cierre del espacio aéreo y de las fronteras. Igualmente, se crean planes para el traslado internacional de enfermos graves a hospitales de mejor cobertura, incluso tratándose de personas acusadas, investigadas o condenadas por crímenes. Esa es la experiencia comparada y Medio Oriente y la diáspora del África ofrecen una casuística interesante, incluso existe la economía de las ayudas humanitarias, siendo Chile uno de los países que más expertos posee sobre la misma.

¿Y el rol de Chile?

Desde nuestro país, la Cancillería y el Presidente de la República han insistido en que ésta es ayuda humanitaria que cumple con los estándares internacionales y que el procedimiento de donación a Colombia es la única vía. No obstante, ello es falso. El hecho de que las oficinas para Latinoamérica y el Caribe de la FAO, del Programa Mundial de Alimentos, de la Unicef y del PNUD tengan su sede en Vitacura, instituciones todas involucradas en programas e iniciativas ya funcionando en el país caribeño, indica que hubo desidia o desconfianza, sin dar cumplimiento a la normativa pertinente. Al final, el operativo de Chile supuestamente humanitario en Cúcuta terminó siendo el primer escenario para tomar algún lugar más visible en la pugna de poder con Colombia por la alianza con La Casa Blanca. Pro Sur se llama la iniciativa piñerista que busca reemplazar a Unasur y que se plantea como un foro liberal para el desarrollo. Luego, había que viajar y aparecer en la foto de los amigos de Guaidó y Trump. Estándar moral que se devela, más allá de la caricatura del Tío Sam, muy perverso: sacar provecho de la guerra o de lo que antecede a ella. Sin olvidar, además, la polémica sobre ese donativo de 102 millones de pesos que se critica como una posible exacción ilegal o una simulación que en el derecho público chileno está totalmente prohibida.

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Por el contrario, la que sí es verdadera ayuda humanitaria es la ofrecida por la Unión Europea y que el mandatario chavista aceptó el pasado 23 de febrero, iniciando de ese modo la vía de apertura al diálogo: acepta la crisis, propone el pago de ese abastecimiento y ofrece la compra de los insumos apostados en la frontera con Brasil. Del mismo modo, la ayuda proveniente de Rusia quedaba en un segundo plano y a la espera de las negociaciones con el Grupo de Contacto, que lidera Federica Mogherini —alta comisionada de asuntos exteriores de la UE— y secundada por el Presidente de Uruguay.

Y, para contrarrestar el despliegue propagandístico del bloque de países antichavista, en este acápite solo bastan tres ejemplos de crímenes de guerra, de lesa humanidad y genocidio relacionados al rechazo a la ayuda humanitaria: Yarmouk (2015) y Madaya (2016) en Siria, y Yemen (2017). En estos procesos los gobiernos aceptaron la asistencia humanitaria y, una vez desplegada la logística al interior del territorio,  dictaron medidas de policía que hacían imposible la acción, solo para presionar con fines políticos a EE.UU.

Segunda razón: hay emergencia de DD.HH, no crisis humanitaria que habilite el R2P

El contexto sociopolítico de Venezuela es de una persistente vulneración de derechos humanos derivada de una crisis económica y de desabastecimiento, la cual se ha agudizado en el último bienio por las medidas de bloqueo norteamericano. La mayor evidencia es que la FAO categoriza al país, desde el 2017, con una hambruna artificial, es decir una emergencia de inseguridad alimentaria por falta de acceso e insuficiencia del consumo de alimentos provocada por agentes externos al control del gobierno y no por una política pública de vulneración sistemática, o por una mala gestión de las políticas vigentes. No es, por lo mismo, una hambruna real, como las del Cuerno del África o la de Haití, Sudán del Sur y Yemen. La causa directa de la emergencia venezolana es la hiperinflación del último lustro y la consecuente precarización de la canasta alimentaria básica. Según el PNUD, que valida con sus observadores las encuestas oficiales, el año 2018 la pobreza alcanzó a un  87 % de los hogares, con un 61% de la población viviendo bajo la línea la pobreza y un 25% sobre ella.

Tampoco hay un estado de calamidad pública en la salud, término usado en el discurso opositor internacional, toda vez que no hay contextos de conflictos armados internos, con guerrillas e instituciones cooptadas por ellas, frente a las cuales la administración central no pueda ejercer control, lo que incluye el entramado de la asistencia pública de hospitales y escuelas. A su vez, el movimiento migratorio ha sido persistente desde el año pasado y se calcula en cerca de tres millones de personas migrantes que han salido desde el año 2014, pero no son una mayoría de desplazados internacionales o refugiados, calificación que suele estar presente en la prensa. La gravedad de este flujo de migración es mucho menor a la crisis migratoria del 2015 en Europa, siendo el caso de los sirios el más grave. Igualmente, las cuestiones hondureña bajo la administración de Trump, —el gran aliado—y rohinyá en Myanmar, son paradigmáticas, toda vez que han abierto el debate sobre los crímenes de lesa humanidad y genocidio que son competencia de la Corte Penal Internacional y que están vinculados al fenómeno migratorio. Y esto es relevante porque Juan Guaidó y algunos de sus fictos embajadores han afirmado que actuarán ante dicha instancia para demandar a Maduro y sus asesores por el éxodo venezolano.

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Explicado lo anterior, es un error jurídico y un falso mensaje político, el insistir que toda la operación para sostener las denominadas ayudas humanitarias se basa en la responsabilidad internacional de proteger (R2P), doctrina que exige varios requisitos, respecto de los cuales ninguno de ellos está presente en el conflicto venezolano. Solo dicha institución habilita la intervención de la comunidad internacional en asuntos soberanos de un estado en conflicto, creando misiones de paz, financiando con fondos especiales de reconstrucción, llamando a elecciones generales, creando un sistema de justicia transicional o uno de justicia penal ad hoc. Sin la anuencia del Consejo de Seguridad no existe. Lo que hay, por lo mismo, es un remedo de ella, y en derecho internacional de derechos humanos y derecho administrativo global eso es un abuso. No deja, por ello, de sorprender que en esta puesta en escena, tengan índices de emergencia humanitaria más problemáticos Colombia, Brasil y Paraguay, que Venezuela, y desde la OEA o el Grupo de Lima no se invoque la urgente intervención.

Tercera razón: no cualquier respuesta de Maduro es crimen de derecho penal internacional

El Presidente ad interim no solo confunde los crímenes de guerra con los de lesa humanidad, imputándolos con desparpajo de manera constante; sino que aquel día 24, denuncia hechos delictivos inexistentes o cambia los roles de autoría acusando la responsabilidad del gobierno Chavista en acción ejecutadas por él y sus aliados.

Veamos, cuáles son las conductas criminales que denuncia junto a parte del Grupo de Lima

I) La destrucción y quema de camiones con ayuda humanitaria, por parte de agentes de Maduro, es crimen de lesa humanidad. Esto es un error: no es ayuda humanitaria y de haberlo sido, sería un crimen de guerra y no de lesa humanidad. En este sentido, la acción punible tipificada por el Estatuto de Roma en su art. 8, número 2, literal (e) III es la de «Dirigir intencionalmente ataques contra personal, instalaciones, material, unidades o vehículos participantes en una misión de mantenimiento de la paz o de asistencia humanitaria de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas, siempre que tengan derecho a la protección otorgada a civiles o bienes civiles con arreglo al derecho internacional de los conflictos armados». Luego, debe existir un contexto de conflicto armado y prolongado con grupos insurgentes y organizados al interior del país, no de guerra internacional; no de mera violencia. Esto puede darse en los grados de tentativa, delito consumado y de delito frustrado, con distintos niveles de participación criminal entre los que actúan. Y, sin duda, el incendio de aquel camión apostado en el puente fronterizo, cuya autoría da para todo tipo teorías conspirativas, no es el caso.

II) Maduro comete el crimen de exterminio, por acción y por omisión. Por acción, por medio de grupos irregulares que dispararon en San Antonio y otros poblados, donde masacraron a indígenas y por omisión al no abastecer con la ayuda humanitaria los hospitales en crisis.

El crimen de exterminio es de lesa humanidad, conforme al art. 7, numeral 1, letra b) del Estatuto de Roma, y «comprende la imposición intencional de condiciones de vida, entre otras, la privación del acceso a alimentos o medicinas, encaminadas a causar la destrucción de parte de una población». Ello requiere que el ataque sea sobre una población definida, de carácter sistemático y generalizado, conforme a una política de Estado ejecutada por agentes del mismo o por una organización creada para ese fin. Luego la denominada masacre contra indígenas de ese  23 de febrero no se ajusta al tipo penal, por mucho que actuaran grupos, ni menos como resultado de una política de Estado. En este sentido, si la Guardia Nacional Bolivariana atacó a esa comunidad o lo hicieron guerrilleros chavistas,  el problema es ver si se trata de una matanza, que es una forma de cometer el genocidio, o se trata de homicidios del derecho penal común.

III) Maduro y las Fuerzas Armadas cometen genocidio toda vez que se rechaza el ingreso y distribución de la ayuda humanitaria, disparando a la masa que se manifestaba contra el Chavismo en las fronteras, y que los militares eran partícipes de esa represión y ejecuciones ilegítimas.

El crimen de genocidio es una categoría aparte de los crímenes de guerra, de lesa humanidad y de agresión que competen a la labor de la Corte Penal Internacional. El art. 6 del Estatuto de Roma señala que la intención criminal debe ser destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, a través de cinco figuras, de las cuales basta que concurra una sola al tipo penal: a) Matanza de miembros del grupo; b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo; y, e) Traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo.

Ninguna de estas acciones ha estado presente en el devenir del conflicto más inmediato que se ha iniciado el pasado 10 de enero, cuando asume su mandato Nicolás Maduro y la OEA lo declara ilegítimo. Fecha que es necesario tener en cuenta, porque la oposición y sus aliados internacionales intensificaron la campaña de denuncia, incorporando crímenes distintos a los que ya investiga la Corte Penal Internacional. En efecto, dicho tribunal ha presentado, —a través de su fiscalía—, el informe preliminar de admisibilidad de las denuncias de parte de venezolanos, como de Estados integrantes de la OEA, lo que fue publicado el 5 de diciembre del año pasado.

LA SEGUNDA DERROTA Y EL GRUPO DE LIMA ACTUANDO ANTE LA CORTE PENAL INTERNACIONAL

La vía insurreccional y de intervención militarizada en que insistía Guaidó, los días 24 y 25 de febrero, ha sido descartada por el Grupo de Lima en su segunda gran conferencia de ministros plenipotenciarios para la crisis humanitaria y el apoyo a la transición democrática y de reconstrucción de Venezuela. Designaciones que parecen rimbombantes e inadecuadas si asumimos que no hay un casus bellis ni una crisis resultante del entramado criminal, como el que suelen afirmar, y que podría evocarnos los horrores de los Balcanes y Ruanda, o las miserias que dejó Libia, tras la mala apropiación de la R2P por parte de Washington.

En su respectiva declaración de cierre en Bogotá se insiste en el gobierno criminal de Maduro en el numeral 5 expresan que «Deciden  solicitar  a  la  Corte  Penal  Internacional  que  tome  en  consideración la grave situación humanitaria en Venezuela, la violencia criminal del régimen de Nicolás Maduro en contra de la población civil, y   la   denegación   del   acceso   a   la   asistencia   internacional,   que   constituyen  un  crimen  de  lesa  humanidad,  en  el  curso  de  los  procedimientos que adelanta en virtud de la solicitud presentada por Argentina, Canadá, Colombia, Chile, Paraguay y Perú el 27 de septiembre de  2018,  y  posteriormente  refrendada  por  Costa  Rica  y  Francia,  y  bienvenida por Alemania». Y, en el numeral siguiente: «Deciden impulsar la designación por parte del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas de un experto independiente o de una comisión   de   investigación   sobre   la   situación   en   Venezuela,   en   seguimiento a la profunda preocupación por “las graves violaciones de los derechos humanos en el contexto de una crisis política, económica, social y humanitaria” en ese país, expresada en la Resolución A/HRC/RES/39/1 “Promoción  y  protección  de  los  derechos  humanos  en  la  República  Bolivariana  de  Venezuela”  del  26  de  septiembre  de  2018;  y  reiteran  su  llamado a la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos  a  responder  a  la  brevedad  ante  la  situación  en  ese  país,  previamente a la presentación de su informe exhaustivo en el 41° período de sesiones del Consejo de Derechos Humanos».

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De la lectura se deduce que no solo se desentienden de la OEA, develando un quiebre con Luis Almagro, sino que presentan a los medios su acción ante la justicia penal internacional como algo pionero respecto a la denominada ayuda humanitaria (sui géneris) que sostienen. Sin embargo, ya está en curso el primer proceso de investigación y juicio, gracias al informe de la fiscal de la CPI de fines del año pasado, quien es clara en explicitar el incesante ejercicio político de la oposición contra las dos últimas elecciones. De tal forma que, se ha centrado en crímenes presuntamente cometidos desde abril de 2017 en adelante, y en particular, respecto a la acción violenta de las fuerzas de seguridad para dispersar y reprimir manifestaciones, así como respecto al hecho de haber detenido y encarcelado a miles de civiles, algunos de los cuales habrían sido sometidos a graves abusos y maltratos durante su detención. Asimismo, accede a la denuncia de países de la OEA para investigar antecedentes generales sobre crímenes cometidos en las protestas del año 2014. Y, sin dilación, esa misma semana, el 10 de diciembre, la Corte ha nombrado a los jueces que integrarán, de entre sus magistrados, la Primera Sala de Cuestiones Preliminares para investigar: el francés Marc Perrin de Brinchambaut, la belga Rene Adélaïde Sophie y el húngaro Péter Kovács.

La suerte de este caso es significativo para América Latina y el Caribe pues es la primera vez que un mandatario del continente es sometido a proceso por este tipo de crímenes ante la Corte Penal Internacional, tomándose distancia de la justicia transicional de países, por ejemplo, como Guatemala, Chile y Argentina que se usan de ejemplo por la oposición. Por eso, la insistencia de los norteamericanos en precisar que lo llevarán a un proceso de justicia universal, aunque Washington no se rija por el Estatuto de Roma, no deja de ser propaganda insidiosa. Antes Noriega ha sido el único de los mandatarios y dictadores del continente enjuiciado por el sistema de EE.UU, y es su caso el que más destacan —equivocadamente— para ejemplificar la vía judicial.

 EE.UU. Y UN EVENTUAL CASO DE CRIMEN DE AGRESIÓN

Esta figura delictiva es distinta al genocidio, a los crímenes de guerra y de lesa humanidad, y fue incorporada en el 2010 al Estatuto de Roma en el art. 8 bis, el cual señala que «una persona comete un “crimen de agresión” cuando, estando en condiciones de controlar o dirigir efectivamente la acción política o militar de un Estado, dicha persona planifica, prepara, inicia o realiza un acto de agresión que por sus características, gravedad y escala constituya una violación manifiesta de la Carta de las Naciones Unidas.» Luego explicita que se entiende por agresión «el uso de la fuerza armada por un Estado contra la soberanía, la integridad territorial o la independencia política de otro Estado, o en cualquier otra forma incompatible con la Carta de Naciones Unidas». Ello ha de manifestarse en siete distintas  figuras u operaciones: a) la invasión; b) el ataque a civiles y a militares; c) la ocupación militar; d) el bombardeo; e) el bloqueo de puertos; f) la utilización de las fuerzas armadas de otro Estado; g) la disposición de un territorio propio de un Estado para que otro Estado pueda agredir a un tercero; y, h)  el envío por parte de un Estado de grupos irregulares para atacar a otro Estado.

Vale tener presente que, si bien se aprobó este tipo penal cerrado para incorporarlo al Estatuto, hubieron de pasar 8 años para que se activara la jurisdicción de la Corte en esta materia, hecho que se considera un triunfo de la diplomacia humanitaria el 2018 y que pondría fin a la impunidad de varios actos de agresión cometidos en la última década.

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Dicho esto, ¿podría pensarse que la campaña de EE.UU y el Grupo de Lima, se corresponde con un principio de ejecución de alguna de estas figuras del crimen de agresión? A primera vista, los juristas que no son del área penal internacional y los políticos, podrían decir que la presión que se despliega en la propaganda no pasa de ser una mala práctica diplomática que carece de tipificación. Sin embargo, esa sería una opinión muy superficial, pues lo que ha habido hasta ahora es una presión militar cierta, ilegítima y permanente encabezada por Donald Trump y secundada por los mandatarios de los países de derecha de la OEA. En este sentido, tres circunstancias son cruciales para el tipo penal —en un contexto de conflicto que no es armado— y que afectan la soberanía, la integridad territorial y la independencia política de la República Bolivariana de Venezuela. Uno, el que Washington desplegara sus flotas en Las Antillas, incluso antes del 23 de enero, cuando se instaura la Presidencia interina. Dos, que se haya enviado un comisionado especial, como Elliot Abrams, a la frontera colombiana-venezolana, mandatado por decreto administrativo para disponer de efectivos militares norteamericanos que apoyaren la entrega, traslado y distribución de las supuestas ayudas humanitarias, lo que incluía el cruce de las fronteras hasta las ciudades cercanas. Todo esto ejecutado desde Colombia donde están emplazadas 8 bases militares estadounidenses y que se rigen por un estatuto de inmunidad bilateral para materia de crímenes de lesa humanidad y de guerra.

 A la par, la estética política del mal que encarna el socialismo chavista, frente a la virtuosa esperanza de Guaidó —apoyado por La Casa Blanca y la derecha nacional populista del continente—, debe ser entendida como propaganda, como falsa lucha ideológica por los derechos humanos y como un síntoma del erosionado poder latinoamericanista. Desde finales de los 80, cuando el continente comenzó con las transiciones políticas, pocos esfuerzos se hicieron para concientizar sobre la memoria de la criminalidad y el intervencionismo norteamericano que no fueran caricaturas. Y el resultado está a la vista. La ignorancia sobre ese pasado y sobre los límites de la responsabilidad penal internacional de todas las partes en este conflicto, son una clara amenaza para la paz en la región.

Hoy, el affaire Guaidó nos expone continentalmente a una encrucijada que, ya no nos evoca la década de los 80 ni nos traslada a las puestas en escena de la guerra tras la Primavera Árabe, sino que nos implanta en una crisis de la ética política similar a la del ascenso de los totalitarismos de los años 30. Todos los agentes jóvenes de cambio están inmovilizados —entre la falta de teoría y la realpolitik—, por el triunfo de la voluntad contra el derecho internacional de derechos humanos. Walter Benjamin, Stefan Zweig y Thomas Mann vienen a mi mente y ofrendan su mirada sobre el lacerante ataque a la dignidad y a la belleza del lenguaje que provoca la violencia del fascismo eterno y el nacionalpopulismo con su propaganda. Sobre todo, cuando observo los extravíos de la izquierda millenial chilena capaz de creer que solo basta con condenar a Maduro para salvarse de la responsabilidad por su escaso compromiso con el deber de la memoria y con la acción de la ONU, como única garante de la seguridad, la paz mundial y la justicia penal internacional.

 

“¡VIVA LAGERFELD!” ESTÉTICA POLÍTICA Y CULTO A LA BELLEZA

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karl Lagerfeld al cierre de la sfilata de la colección crucero de mayo del 2016

Chanel en Cuba: ¡Viva Coco Libre! Fue el nombre de la mayor ópera de estética política que Karl Lagerfeld pudo imaginar en sus más de treinta años a cargo de la dirección creativa de Chanel. Desde ese atardecer del 3 de mayo del 2016 en la Habana, su nombre quedaría marcado a fuego en la memoria histórica reciente de la izquierda —en su amplitud de formas— y de las derechas que observaban el espectáculo, incluso más allá de los límites de Cuba. Una verdadera provocación megalómana que le incitaba a la creación, ya solo a partir del anuncio ante el directorio del consorcio que controlaba la firma. Puesta en escena de tres meses que, entre otros, abrió el debate sobre los límites de la moral de las generaciones más jóvenes que, enfrentadas en dicha nación a la apertura comercial orquestada por Obama desde EE.UU y por Xi Jiping en China, ofrecía terminar con los últimos vestigios de aquella belleza patrimonial que perduró encapsulada desde los tiempos de la caída de Batista.

Reacio a la nostalgia, al revisionismo y a cualquier noción política que lo obligara a mirar, por ejemplo, al Holocausto y los arrestos filo nazistas de Gabrielle Coco Chanel, la travesía a Cuba era, por ello, un cambio de rumbo: entrar en la política sin matices y en la herencia de la Guerra Fría. Sería una retrotopía, como la calificaba, —basándose en un neologismo usado por Zygmunt Baumann en una reciente entrevista que funcionó como inspiración.

¿Por qué no ir a la isla eterna de los hermanos Castro a presentar la Colección Crucero 2016-2017? No solo en el resto del continente habrían clases medias emergentes lo suficientemente ávidas de lujo y snobistas para interesarse en los looks, aparte de los millonarios habitué; sino que nadie lo había hecho. ¿No sería innovador, acaso, recrear las noches de fiesta en el malecón y los paseos peatonales de la época previa al arribo de las milicias de la Sierra Maestra?

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La numerosa filmografía de los años 50, las novelas históricas, y los recortes de revistas de República Dominicana, Panamá y El Salvador se transformaron en sus collage de trabajo esa misma mañana. Ahí se convenció de que la Costa Azul sería una aburrida propuesta. Un destino asiático aseguraba copias y mercado negro; no una salida rentable. Un emirato o una ciudadela amenazada por ISIS resultaban excesivos e inmorales. Un paseo por Crimea en el Transcaspio sería una dolorosa remembranza de los horrores que vio el Doctor Zhivago o, peor, ese real duelo que padecían los pueblos por los crímenes del estalinismo. Las calles de la ciudadela feliz ofrecían, entonces, espacios teatrales —que no ruinas—, de un imaginario que se miraba con nostalgia y pesadumbres, pero que él deseaba relevar. Así, antes que cualquier gran megaevento de inversiones en infraestructura o apertura de grandes bancos, la inauguración de la nueva Cuba llevaría su firma y el color de sus figurines.

Al menos, esa era la propuesta del Kaiser: rescatar la memoria de una sociedad donde la belleza de la confección a mano, los talleres y las boutiques de vestuario habían estado en todos los barrios; y la jerarquía social y el respeto por el artesano, el curtidor, el bordador, el bisutero, el modisto y el costurero, habían sido parte de su integridad moral. Encargar la confección y la costura no era una costumbre folclórica. En este caso, no era novedad la magnificencia y nobleza de los productos de la Maison que siempre estuvieron presentes en toda la obra de Lagerfeld, y el reconocimiento permanente a los talleres que le proveían de sus diseños. Mas, eso era objeto de lujo y herramienta de poder de su clientela; no, un atributo de la memoria o de una ética del trabajo que —ante el riesgo de su desaparición por el vendaval de las reformas neoliberales que se acercan—, debe ser protegido. ¿Algo había cambiado en la cabeza de ese irreverente socialité proclive a la derecha liberal? Probablemente, no ―afirmaba él ―quizá, era la edad. El punto de inflexión ahora consistía en remover las conciencias de los espectadores de una nación atada a un régimen de seis décadas, o al menos —con no poco pragmatismo— poner los ladrillos de un futuro gran mercado, como se promueve por el marketing de la economía ‘consciente’. Realpolitik o no, el discurso funcionó.

En veinte minutos de desfile con música del dúo franco-cubano Ibeyi, del pianista Aldo López Gavilán y de la Orquesta de Cámara de La Habana —además de batucadas clásicas— se mostraron prendas y looks de media estación, todos elaborados por los últimos talleres que sobrevivían en las ciudades cercanas o incluso eran traídas las piezas desde otros países caribeños. La herencia estética del vestuario español que se amoldó al Caribe era el concepto. Vestidos vaporosos, trajes compuestos por pantalones de sastre y chaqués de Karl, además de camelias, y todo tipo de chaquetas clásicas de Tweed tejido a mano, y sombreros Habaneros originales. La mitad de las modelos eran de ascendencia afro y tres cubanos; la otra, eran europeos clásicos de sus pasarelas que desearon involucrarse en el proyecto. Contrario a lo que se pensaría, la presentación no contó con nietos o hijos de autoridad alguna de gobierno desfilando, y tampoco con figuras de la oposición. Aunque sí estaban de lo más cómodos sentados en primera fila observando y haciendo gala de sus mejores looks Chanel, mientras los gritos de algunos transeúntes o de pobladores exigían justicia y fin de la comedia del hambre en la que vivían. Nadie reaccionaba. Él dirá después, que se sintió parte de la escenografía de Los Miserables, porque injusto o no, él no era responsable de solucionarlo.

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La fiesta interminable de Karl en la capital estuvo marcada por la competencia entre las celebrities e it girls, pero fuera del front row o del photo call. Nadie podía aspirar a interrumpir o querer brillar más que la presentación. Y fue de ese modo los cuatro días que duró la expedición de Lagerfeld en el Caribe. Algunas refinadas ex top models pasaron inadvertidas, en cambio, otras parte de la vulgaridad de la tele-realidad a la norteamericana, como las integrantes del Clan Kardashian-Jenner eran más fotografiadas que el mismo diseñador. Lo más llamativo, fue que las cuatro manzanas alrededor del Paseo Las Palmas que se usó como pasarela fueron remozadas y 25 autos fueron pintados en colores pasteles y complementarios para hacer una caravana Chanel que diera vueltas por la ciudad.

La Habana también se vestía de la belleza más pura de Chanel.

Aquello molestó en las bases del Partido Comunista, pero también de la oposición castrista radicada en Miami: ¿por qué el Kaiser montaba un espectáculo de estas características si el país sufre la miseria? La respuesta ya no era parte de su juego. Cuba era la vanguardia del momento. Cuba sabría qué hacer con la memoria cuyo espejo él les presentó, pero no era el albacea de ese pasado glorioso. Solo era el fundador de la alta moda de la modernidad líquida que, de súbito, se derramaba frente a ellos.

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Lagerfeld para H&M en el 2004. La campaña publicitaria diseñada e implementada por él se centró en un concepto novísimo: el masstige, el prestigio para las masas. Ropa que imita los diseños de alta costura y ofrece la ilusoria imagen de la democracia en la moda por su bajo costo de confección y venta.

La capital caribeña coronaba una estrategia que ya había comenzado en el 2005, pero siempre a cuentagotas. Ese año en la Semana de la Moda de París la celebración de los 200 años de la batalla de Austerlitz fue el objeto de inspiración creativa. Él optó por la silueta y personalidad de Magdalena, la heroína romántica de la ópera Andrea Chenier: Francia estaba amenazada por la oleada de protestas que Nicolas Sarkozy supo capitalizar para ser electo Presidente. Una evocación a los tiempos de la Revolución Francesa que definía quién era bello y bueno moralmente, y quién era un adefesio y malo según la calidad de los bordados y volantes de la ropa. Le siguieron las colecciones crucero de 2009 centrada en Muerte en Venecia, como una muestra de la espiral invertida en la que caía la política italiana; la colección crucero del 2011 que aludía a la Primavera Árabe y la de Alta Costura que rememoraba la grandeza del imperio de Saladino; la colección ready to wear del 2014 que se desarrollaba dentro de un supermercado que atendía las 24 horas, porque la vida estaba unida a la tecnologías y el fin de los horarios; y, la colección crucero y de alta costura del 2015, de ambas temporadas, inspiradas en las protestas feministas: las modelos portaban pancartas exigiendo derechos y libertades, y vestían como lo haría una ocupada dirigente política. El año 2017, fue el último en usar el estudio número 7 de Cinecittá: él cerraba el mítico centro cinematográfico de Italia con una colección de Chanel, y con otra de Fendi recreaba escenas de La Dolce Vita, su homenaje a Marcello Mastroianni. Se revelaba contra una política de Estado que desmantelaba su pasado y que había dado tanto a la reconstrucción del país.

En paralelo, a partir del año 2014 comenzó su colaboración permanente con el diario ‘Frankfurter Allgemeine’, donde publica sus ilustraciones satíricas de política coyuntural europea. Sarcástica mirada la suya que se plasmaba con genialidad en pocas líneas, las necesarias y precisas de un artista de la figura humana. La Canciller Angela Merkel, que está en el poder desde el 2003, es su favorita; seguida de los primeros ministros ingleses que gozan de bastante rotación y los derechistas franceses.

Sus últimas opiniones políticas, unas menos estéticas que otras, no dejaban de despertar polémica bajo ese maniqueo titular de la infamia de Lagerfeld o la misoginia de él y su gordofobia que se ha repetido tras su muerte. Entre ellas, resulta interesante ver, por ejemplo, que se negó a vestir a la actual Primera Dama norteamericana para el cambio de mando de su marido, Mr. Trump; lo mismo que respecto de sus dos hijas. Cuando le preguntaron las razones de su rechazo afirmó, con sutil ironía, que la llamada telefónica se había cortado. A Marine Le Pen no le interesa diseñarle ni asesorarle aunque se transforme en la Presidenta de Francia; en cambio, Christine Lagarde es su más poderosa embajadora.

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Nuevamente, el año 2018 se opuso a diseñar por encargo tanto para Elisa Isoardi, la antigua novia de Matteo Salvini de la Lega del Nord de Italia, hoy el liderazgo más parecido al mandatario norteamericano, como respecto a Ivanka Trump. Y este caso es el más emblemático: la heredera de Washington deseaba lucir lo suficientemente poderosa y magnífica para inaugurar el edificio del Consulado de EE.UU. en Jerusalén, que había sido trasladado desde Tel Aviv provocando un impasse internacional en la misma ONU, y donde la noción del reino sionista de los cuatro mil años, de la derecha israelí superó los estándares de tolerancia moral del costurero.

El pasado 23 de enero se presentó la colección de otoño-invierno de alta costura en París. Él no estuvo. El comunicado de prensa oficial de Chanel se transformó en un rumor: se retiraría y esta sería su última colaboración con la Maison. Su salud era frágil. La noticia me llevó a buscar información sobre los meses precedentes. Y así, mientras intentaba comprender la contingencia de Venezuela, país que ese día convocaba a una marcha mundial y terminaba con la anunciación de Presidente Encargado de Juan Guaidó, encontré una videoentrevista que me conmovió. Lagerfeld, enfundado en su traje, portando sus joyas y abanicándose con cierta antipatía, comentaba cómo no solo asumía su vejez, sino el alejamiento de la belleza que siempre había perseguido en sus diseños y su bisutería: ya no lograba tomar sus lápices pasteles y, si lo hacía, el trazo era débil. Había perdido aquello que más atesoraba, incluso más que el amor, que el dinero, que la compañía de un hombre bello o que los malos recuerdos de su infancia o sus enemistades. Sin dibujar estaba en la deriva y su conservadurismo no ofrecía salida alguna.

Había comenzado esa reflexión tras ver la magnífica actuación de Benjamin Biolay en la película El Dolor (2018, Emmanuel Finkiel) basada en la novela París 1944 de Marguerite Duras. Relato que aborda la desesperanza y la indefensión, pero también la culpa. No solo una de carácter individual, sino colectiva, en contextos de conflicto político y guerra. Transcurre entre 1944 y 1945, mientras espera que su marido, miembro de la Resistencia sea liberado, y vive el asedio del régimen de Vichy, mas ella ama profundamente a otro hombre. Uno que la inspira a escribir, a imaginar, a soñar. Uno que tiene la belleza, la elegancia y la infatuación por ella, que el marido no tiene. En ese dilema moral, Biolay interpreta al amante que aguarda también doliente. Para el modisto era el más bello ejercicio de la memoria que había visto en el cine francés. Y eso era lo más revelador: él que siempre había negado el valor del deber de la memoria, de la utilidad de la sanción al negacionismo y del derecho de las víctimas a pedir justicia incluso por crímenes de la II Guerra Mundial, ahora tenía otra opinión.

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Benjamin Biolay en la película Paris 1944

Por mi parte, dicho filme lo había visto en casa solo unas semanas antes, por lo que no podía sino compartir con él que era un interesante registro del deber de la memoria que no puede ceder ante la doctrina del elogio del olvido. Además de un testimonio autobiográfico con una estética política que adquiere mayor valor cuando le damos importancia al lenguaje y a la imaginación poética de una mujer trasgresora.

Comenta, seguidamente, que la canción que más le gusta escuchar por esos días es Ton héritage del mismo Biolay, y, entonces, la busco como nueva compañía de mis escrituras al computador.

Fue de ese modo, hasta que la vorágine de la crisis venezolana y mis interminables análisis, fueron interrumpidos por la noticia: Karl había muerto hacía pocas horas y el piano de Biolay era lo que se escuchaba de fondo desde la madrugada.

La letra fue escrita a principios de los años 2000 y es el homenaje del compositor a Marcello Mastroianni: una recopilación de algunas de sus más recordadas citas fílmicas, un paseo por Cinecittá y un poema a la belleza del paso a la vejez, a la belleza de quien siente misericordia por ella.

Biolay, la dedica ese día al bisutero Lagerfeld.

Yo, en tanto, escribo esta larga columna, convencida de que en tiempos convulsos, sin la protección de la belleza —la del vestuario, la de la poesía, la de la música, la de la pintura y la del arte — el horror acechante se fortalece. Y vuelvo a estremecerme con la lírica profunda de Biolay y la vívida imagen de Lagerfeld paseando por Roma, su segunda ciudad adoptiva, sacando del bolsillo de su chaqueta una cigarrera con lápices pasteles y dibujando sobre papel Murillo sus botones perlados, sus prendedores de libélulas y mariposas, y sus camelias de plumas de ganso.

“¡VIVA LAGERFELD!”,
“¡VIVA LA ESTÉTICA POLÍTICA!”,
“¡VIVA EL CULTO A LA BELLEZA DEL VESTUARIO!”

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Biolay interpretando Ton héritage en  el 2009

 

GUAIDÓ: EL PREFECTO DE ROMA

 

 

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Juan Guaidó el 23 de enero

«Sopesamos que lo más grave para Venezuela es que Maduro se mantenga usurpando funciones…. No hay nadie que se arriesgue a apoyarlo. Nadie con poder. De eso estamos seguros», afirma —con desembozo y cierta superioridad de destino—, Juan Guaidó en la primera entrevista que concede a Al Jazeera. Punta de lanza en el diseño comunicacional de su posicionamiento que transita, según el espectador y el lobby digital, del relato que evoca a las transiciones pactadas de los 90, tras la caída de los socialismos reales; al extremo del discurso nacionalpopulista de Trump, Pence y Pompeo. Presidente, Vicepresidente y Secretario de Estado, triunvirato que ha dado lecciones este 2019 de cómo EE.UU. se arroga con pocas voces disidentes el súper poder de la creación del derecho y la aplicación de la justicia internacional.

En el horizonte están también Irán, El Líbano, India y Crimea, forzando su relación peligrosa con el país caribeño: la seguridad global y la paz estarían en jaque. El entrevistado ya ha sido ungido por ellos el 22 de enero, el día previo a su autoproclamación y el orbe debe acatar. Por cierto, el segundo en reconocer su Presidencia ad interim es Benjamín Netanyahu desde Israel, el primer mandatario del reino de los 4.000 años, y luego todos los gobiernos de derecha del Grupo de Lima al unísono.

Este es un guión donde nada ha quedado al azar: neurolingüística y hackers a merced de una causa muy bien pagada, donde subyacen los conceptos de propaganda e intervención bordando con hilo de plata la crónica de una sedición anunciada. Ni Alessandro Baricco, Anthony Giddens, Eric Hobswaum, Ellie Wiesel, Amartya Sen y Martha Nussbaum, intelectuales que derivaron en asesores especializados en el lenguaje y la estética política de gobernantes complejos del último decenio, podrían negar que se trate de una operación externa. Salvo, quizá, Steve Bannon, mentor del neofascismo y nacionalpopulista de moda afincado en Italia.

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Iván Duque, Presidente de Colombia y Michael Pompeo, Secretario de Estado de EE.UU en Conferencia Bilateral sobre la Crisis Venezolana. Frontera del país.

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Presidente Donald Trump, Lilian Tintori portavoz de Voluntad Popular,Vicepresidente Michael Pence y senador Marco Rubio

 

La propaganda: nosotros fundamos un nuevo orden, un nuevo derecho

Ficticiamente, el César y sus émulos nos retrotraen a la Guerra Fría, e incluso a tiempos precedentes a la II Guerra Mundial, y crean hitos noticiosos que copan la agenda: no existen los principios de no intervención ilegítima en los asuntos de otro Estado; de respeto a la libre autodeterminación; y de protección preferente del más débil. No rigen las convenciones internacionales de derechos humanos o de derecho administrativo global, o las de carácter comercial y financiero. No hay memoria sobre las atrocidades y genocidios de los 80 y 90; de los avances de la justicia transicional y penal internacional de los 2000; ni de las doctrinas y herramientas legitimadas tras las crisis desatadas post Primavera Árabe. Ninguno de los aliados del imperio del Norte ha sido capaz de plantear un plan de paz o algunas medidas que provee el derecho internacional, como la responsabilidad internacional de proteger; la creación de corredores humanitarios con cierre de espacio aéreo, la autorización de monedas, criptomonedas o fondos solidarios de asistencia protegidos por la ONU. Menos pensar en hospitales de alta especialización o la migración médica de pacientes a países altamente desarrollados y en paz. Todo eso está en punto muerto. La única meta es derrocar y ocupar militarmente si es posible, porque no hay nada más a qué acudir. Y será un largo tiempo de espera. Mucho más que los anuncios de Guaidó y la realpolitik para las masas que consumen la prensa de las falsedades.

Sin más se monta una estructura paralela de Gobierno, un poder dual, en la misma Venezuela y se le financia desde el extranjero con apoyo de la mayoría de los integrantes de la OEA, la que también reinterpreta —o vulnera— su propia Carta, chocando con los avances de la Corte Interamericana de DD.HH. Este es el tribunal que ha fijado el estándar para otras cortes convencionales sobre la responsabilidad de los Estados en la sanción y reparación de crímenes de lesa humanidad cometidos con la injerencia o participación de agentes de Washington. Y, por ello, es paradójico, que reclamen parlamentarios estadounidenses y no latinoamericanos contra la designación de Elliott Abrams como enviado especial para la crisis en Venezuela, quien hace 38 años dejó su herencia en la preparación de los ejecutores de la masacre de El Mozote en el Salvador, por ejemplo.

La confusión ha sido exitosa y el inmovilismo es tal, que la mejor muestra de la ignorancia sobre lo que admite o no el derecho internacional, es el caso de Chile y la perplejidad de los sectores progresistas. Nuestra Cancillería dio reconocimiento inmediato y virtual a Juan Guaidó, obedeciendo a Washington sin cuestionamientos, siendo una parte disidente de la Democracia Cristiana y el Partido Comunes los únicos que rechazan expresamente la intervención norteamericana y la destrucción de la jerarquía de los derechos humanos, y el PC que defiende a Maduro. Más aún da señales del extravío de los actores políticos sobre los bienes jurídicos y políticos en disputa, la consideración del partido Voluntad Popular como una entidad de izquierda o centroizquierda, cuando todos los conocedores tienen absoluta claridad de la semejanza, y casi copia, de los postulados centroderechistas y prácticas de sus dirigentes con Ciudadanos de España. De ahí, la muy estrecha vinculación del catalán Albert Rivera con Guaidó y, por cierto, de los mandatarios Mauricio Macri, Jair Bolsonaro, Iván Duque y Mario Abdó. La mera condena a la que llaman dictadura de Maduro sin ofrecer solución a la crisis es solo funcional a la normalización moral de la guerra de agresión como la única salida posible.

Jugando en el opulento tablero de Qatar

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Lucía Newman entrevistando a Juan Guaidó, para Al Jazeera

La conversación de ese 5 de febrero con Lucía Newman de Al Jazeera era trascendental para mostrar la imagen de Guaidó lo más impoluta y despercudida de los arrestos derechistas y fascistas de los predecesores líderes de oposición al Chavismo, pero sobre todo, de no parecer la figura cuyos hilos manejaban los poderosos de La Casa Blanca. Aunque eso no lo logró o no lo quiso. A diferencia de las otras entrevistas con medios internacionales, más informales, y con profesionales con menor reconocimiento, esta era la oportunidad de ser el socialdemócrata que comparan incluso, mediando cierto desvarío, con Obama. Así que el venezolano de Voluntad Popular —o su equipo de enlace— solo aceptaron que fuera ella. Mitad inglesa, mitad chilena; su formación universitaria en nuestro país en los inicios de la dictadura de Pinochet la habían motivado a recorrer Latinoamérica y ser la más avezada corresponsal de CNN durante las intervenciones norteamericanas en Panamá, El Salvador y Nicaragua, y ya en los 90’ en Chile, México y Cuba. Con este material entraba de lleno al flanco del tablero dominado por los opositores a Trump y les intentaba robar un alfil.

Asimismo, la elección de esta televisora, Al Jazeera, por sobre otras, es de cálculo milimétrico: pertenece a la corona de Qatar, emirato que hasta hace pocos meses se consideraba un importante sostenedor del oficialismo y que ha devenido en aparente fuerza neutral. O, a lo menos, esa es la mise-en-scène. No por nada a su anterior sheick la prensa especializada le denominaba el Kissinger de Medio Oriente y el Magreb, o el Visir de Obama. Hoy, ese rol lo ocupa el Príncipe Mohamed Bin Salman de Arabia Saudita y su crueldad ya tiene renombre.

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Tamim bin Hamad Al Zani, emir de Qatar y Nicolás Maduro

 

Solo al día siguiente aceptó la entrevista de Russia Today, la otra televisora de cobertura mundial que desarrolla una clarísima oposición a Trump, que pertenece a capitales privados y a políticos de Rusia adeptos a Putin y su partido. Aquí nuevamente el periodista fue examinado y auscultado con el ojo clínico de un imitador de Edward Snowden: Mauricio Ampuero, chileno y figura clave en premiadas coberturas de guerra y tramas de corrupción en Medio Oriente y Europa. Con este material audiovisual se sometió, en su promoción para las redes de internet, a un riesgo controlado: generaron videoanálisis y videocolumnas criticando punto por punto sus respuestas. La suerte de esos clips ha generado una guerra entre los lobistas digitales de lado y lado.

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Mauricio Ampuero entrevistando a Juan Guaidó para Russia Today

 

En cuanto al discurso, la idea fundamental era denunciar el desmoronamiento definitivo de la influencia chavista en dos frentes. Por un lado, su irremontable fracaso en los mercados internacionales; por otro, la ruina moral de un gobierno dirigido por una cúpula partidaria que hace de los crímenes de lesa humanidad y las vulneraciones sistemáticas a los derechos humanos su leit motiv. Ya, en todo caso, el Secretario Pence lo había tildado de narcoestado y estado terrorista, castrista y criminal, sumido en la corrupción, la cleptocracia y la crisis humanitaria. Guaidó, en esta ocasión no repitió tales expresiones. Sin embargo, con el paso de los días, las ofrendaría a las masas y a sus adeptos de internet.

El vicario y su poder herodiano

Mientras es consultado, al principio de la entrevista, sobre los vicios que tornan ilegal su cargo de Presidente Encargado o Interino, cuestión que rechaza explicando que lo suyo ha sido una anunciación e investidura constitucional excepcionalísima —que no autoproclamación—, la voz meliflua y ciertos gestos de nerviosismo cambian para terminar revelando su estrategia: sea cual sea el juicio, él asume la responsabilidad de ser el vicario de la solución de Donald Trump para la cuestión venezolana. Ni más ni menos. Él manifiesta haber viajado no solo a Washington, sino a todos los países que le han reconocido en el Grupo de Lima en los recientes meses, además de valorar las vinculaciones de Leopoldo López, Lilian Tintori y Henrique Capriles con partidos políticos de Sudamérica y España. Sin embargo, él se atribuye el punto de inflexión. Él no es únicamente el líder carismático de un movimiento basado en la legítima prerrogativa de rebelarse contra el tirano. Ese habría sido el discurso demodé de los fundadores de su partido, única entidad más preparada para liderar el proceso que ponga fin a la usurpación de Maduro. Su rol, en cambio, se va develando, herodiano y funcional a la actual geopolítica de los hechos consumados y de la manipulación mediática de la Casa Blanca. Gobierno, cuyo funcionamiento se asemeja más a un family office dado a la competencia predatoria —vulnerando las autorregulaciones y deberes de abstención, e imponiendo su propia forma de ejercer justicia—, que a un poder soberano y democrático.

Derrocar al Chavismo, su herencia cultural y a Maduro necesitaba de un ejecutor no influenciable por la elite local y tributario a esta realpolitik que se contrapone temerariamente al derecho internacional hasta hacerlo inutilizable. Paradigma que los herederos del COPEI y de Carlos A. Pérez jamás habrían implementado. Y esa ha sido la diferencia que ha catapultado a Guaidó al estrellato o a la infamia, según se mire. Él es el elegido.

Así, en no más de quince minutos —modelo de respuestas que replicará sin fisuras ante otros medios—, explica que no solo conducirá las elecciones, sino el contenido del pacto de paz y de justicia transicional que refrendará EE.UU., no Naciones Unidas, no el Grupo de Contacto liderado por Federica Mogherini, Alta Representante de Política Exterior y de Seguridad Común de la UE., y secundado por Uruguay. Ni menos oirá a los países que rechazan su Presidencia. Solamente la OEA y el Grupo de Lima podrán jugar algún papel, que no apropiarse del destino de la transición. Por cierto, la firma de la constitucionalidad y legalidad de todo acto de su Ejecutivo y del Parlamento se radicaría en él hasta las nuevas votaciones, cuya fecha deja en la nebulosa. A ello se sumaría el haber ya gestionado en Washington, entre otras acciones propias de un primer mandatario, el financiamiento para el entramado institucional—que se le otorga por medio de decretos presidenciales y no como política federal, nos enteramos después—; el envío de un grupo de asesores y un comisionado especial en funciones ejecutivas; y, la autorización administrativa de efectivos militares mandatados por el Secretario de Estado para colaborar en «la gran tarea democrática que él lidera». Luego vendrían las designaciones para el directorio de Citgo, el congelamiento de las cuentas bancarias y los embargos o bloqueos de otros capitales y bienes de importación. En cuanto a la ayuda humanitaria, admite ante Newman que tuvo que pedir la intermediación de Colombia, pues de otra manera EE.UU. no habría podido autorizarla, tema que incluso ha generado un debate, entre otros asuntos, sobre el error de calificarla de humanitaria y si es o no un crimen de lesa humanidad negar el ingreso a Venezuela de esos productos.

El trofeo de PDVSA y una pretendida sedición

Estar ese 5 de febrero ante las cámaras también tenía un doble propósito de legitimación sobre la forma en que él conduciría la crisis desentendiéndose de las aspiraciones de la política local. «La gobernabilidad, la estabilidad, el menor impacto social posible, atender la actual emergencia humanitaria, reactivar la economía para crear empleos para los ciudadanos y guiar a Venezuela hacia la democracia requiere de una liquidez, de ingresos»… Luego, de la dictación de un protocolo que ya el Tribunal Constitucional había declarado ilegal, lo mismo que al funcionamiento de la Asamblea que preside, ha debido tomar medidas que necesitaban de la intermediación de otros gobiernos —legítimamente bien constituidos—, como el colombiano, brasileño, argentino, taiwanés y holandés. La razón: él no solo carece de la fuerza y el control del territorio, que es lo que define el poder, sino que jurídicamente es muy difícil actuar pues no tiene capacidad ni derechos, ya que su cargo es una ficción política que la normativa no reconoce.

Por un lado, debía iniciar su ofensiva global justificando la urgentísima reestructuración de PDVSA —incluso antes de las elecciones que él se ha comprometido a convocar por mandato constitucional—, con capitales del círculo de agentes financieros y socios del yerno del mandatario estadounidense. Ello fijaría un parteaguas no solo respecto de los miembros de la OPEP, sino en relación al binomio compuesto por Rusia y China que puede imponer restricciones o cobrar sus deudas. De ese modo, con el paso de los días y como si observáramos un mural del realismo cínico, el tablero de ajedrez recibía el certero golpe de un sonriente Juan Guaidó y su vital preocupación por la dignidad de los más pobres: si el FMI, única instancia de Naciones Unidas junto al Banco Mundial a la que EE.UU aún no avasalla, puede financiar a un país con las medidas regresivas y de shock que ello implica; él lo aceptaría. En cambio, rechazaría contratar con el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura chino que, si bien podría quintuplicar los montos y disminuir las tasas comparativamente, abrir ese flanco solo ayudaría a Maduro. O, más bien, perjudicaría los planes de Mr. Jared Kushner, el hijo político de Mr. President.

Por otro lado, procuraba legitimar el plan para dividir a las Fuerzas Armadas, incentivando abiertamente a sublevarse a las más bajas jerarquías agobiadas por la crisis social y económica: «Es cuestión de horas que los militares tomen conciencia… dictaremos una ley de amnistía para quienes nos apoyen. Este es el lado bueno de la historia, el lado correcto de la Constitución», aseguraba exultante. Y, si era necesario, no descartaba la intervención militar norteamericana, pues había que ejercer presión y terminar con el robo que hacía el oficialismo de la soberanía popular. La historia pasada en Centroamérica en los 80 no tendría por qué repetirse: era el pueblo venezolano el que apoyaba la incursión militar de tropas norteamericanas. ¿No sería una guerra sangrienta? Le consultan: «No» —contesta—, sin reparar en qué desenlace podría tener. Lo suyo es un reiterativo llamado a la presión social en todas sus formas y a la imposición de la fuerza por sobre la justicia: «Haremos todo lo posible, todo para lograr la libertad en Venezuela. Maduro es absolutamente responsable de la corrupción, la crisis actual, la mala gestión de los fondos públicos, de haber sido convencido por sus asesores o de quien sea que su» modelo «era viable. Él es responsable de que los venezolanos de hoy dependan de los subsidios alimentarios cuando Venezuela era autosuficiente. Hoy en día, el 80 por ciento de los alimentos debe importarse a pesar de tener 5 millones de hectáreas de tierra productiva».

El camino del ungido: el triunvirato y la OEA

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Luis Almagro, Secretario General de la OEA

El mismo día que Nicolás Maduro asumía su segundo mandato, el pasado 10 de enero, el Comité Permanente de la OEA —reunido en sesión extraordinaria— votaba con una mayoría relativa una declaración denunciando la ilegalidad e ilegitimidad de dicho acto. Con 19 votos a favor, varios de ellos del Grupo de Lima, mismos que habían convocado a la reunión (EE.UU., Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Colombia, Ecuador y Canadá, etc). Entre las apreciaciones al fraude electoral que acusaba la oposición y las recomendaciones de la UE de convocar a elecciones, el acto de la entidad liderada por Almagro no tenía precedentes. Nunca antes se había dirigido una oposición y enjuiciamiento político así de definido hacia un Presidente y con un diseño tan claro para facilitar su derrocamiento con fuerzas extranjeras. Eso violenta principios fundacionales y los artículos 2 y 3 de la Carta de la organización, al extremo de generar un cisma interno. Ha quebrantado su propia jerarquía y se hace feble su protección a los demás países que la integran porque funciona como un ápice de las grandes decisiones que toma Washington, y no como una entidad continental.

Los días siguientes fueron el devenir de una operación modélica: el día 22 de enero junto a los videos del Vicepresidente Michael Pence y Marcos Rubio —el senador republicano que se perfila en la competencia presidencial—, apoyando las marchas y reconociendo el liderazgo de Guaidó a fin de derrocar al Chavismo con todas las formas de presión que se conozcan; en tanto, Almagro ofrecía comentarios y entrevistas en la misma línea, al tiempo que preparaba una reunión extraordinaria para el 23 del Consejo Permanente. Bastaron minutos, entonces, para que, tras la anunciación de Guaidó como Presidente Interino y Encargado de convocar a elecciones, se le reconociera por la OEA y EE.UU. Esa misma tarde, el Secretario de Estado solicitaba una sesión extraordinaria del Consejo de Seguridad de la ONU: «Ahora nosotros tenemos un nuevo líder: Juan Guaidó en Venezuela, quien ha prometido convocar a elecciones y retomar el orden constitucional de nuevo, lo mismo que traerá seguridad a la región…». Y ya en la cita, una de sus alocuciones más temerarias: «EE.UU. está ayudando a recuperar el futuro brillante de Venezuela. Estamos aquí para instar a todas las naciones para apoyar las aspiraciones democráticas del pueblo venezolano en su intento de liberarse del estado ilegítimo, mafioso del expresidente Maduro».

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El gobernador de Florida Rick Scott y el embajador —en funciones desde ese mismo día— de Juan Guaidó en la marcha de EE.UU del 23 de enero

Las jornadas de protesta fueron en aumento y el diseño siguió su curso. De antemano se sabía que en la ONU no habría cabida para la legitimación de Guaidó, pero en la UE, y sobre todo en la OEA y el Grupo de Lima comenzó la creatividad que ha traído la guerra tras la Primavera Árabe: los grupos de amigos que convocan a conferencias mundiales. Y, de ese modo, siguiendo el paradigma de las crisis libia y siria, el Consejo Permanente de la OEA, a instancias de sus gobiernos de derecha integrantes, aprueba una declaración para convocar a la Conferencia Mundial por la Crisis Humanitaria de Venezuela. Ese es el segundo hito de esta historia tan parecida a las novelas de León Uris, material obligado de formación en la Escuela de las Américas y en Afganistán. No ha habido un antecedente de otra conferencia de estas características. Esta se ha efectuado el pasado 14 de febrero, y entre sus logros, está la recaudación de 100 millones de dólares, que no se sabe dónde se depositan, y la ayuda humanitaria que tampoco se cuantifica, pero que a Cúcuta en Colombia, agrega Curacao en Brasil, a modo de ejercer más presión en el ingreso.

Venezuela ha sido tema recurrente en la tabla de contenidos de la OEA y de EE.UU, pero solo dos momentos anteriores fueron críticos y originaron tanta declaración oficial. El primero, fue el Caracazo, respecto del cual se conmemorarán 30 años sin resolver sobre los crímenes de lesa humanidad cometidos por el gobierno de Carlos Andrés Pérez, originando las primeras doctrinas sobre sanción a la corrupción y su implicancia en los derechos humanos. El segundo, fue el intento de golpe de Estado al gobierno de Chávez en el 2002, cuando la entidad le brindó todo su apoyo y recurrió a la normativa internacional vigente a fin de evitar un régimen con derramamiento de sangre a raudales. Pero, ¿qué ha ocurrido para que se normalice y legitime dar la espalda al derecho internacional y recurrir a la solución modélica de Washington?

La propaganda se ha instalado con sus falsedades y exageraciones, y también con su negacionismo, de lado y lado. Sin embargo, ha llegado a límites que se basan en el abuso y en infundir terror incitando al odio, y eso destruye lo que se ha avanzado desde los horrores tras el Holocausto y la URSS estalinista, y solo como un referente general. Ayer se acusaba a Maduro de cometer crimen de lesa humanidad por no abrir las fronteras a lo que erróneamente califican de ayuda humanitaria y que para ser tal debe ser gestionada y controlada por entidades protegidas por el derecho internacional humanitario y la ONU. Luego, se denunciaba que Hezbollá tenía en Caracas y otras ciudades células activas, o que había pruebas del paso y comunidad de iraníes con armas y formación militar que adhieren a un régimen que quiere cometer genocidio contra israelíes. Inclusive, se conocerían los cuatro posibles destinos que usaría la cúpula del Chavismo para ocultarse, ante lo cual ya estarían firmadas las solicitudes de detención en la Interpol, así no fueran legales por no solicitarlas tribunales ni sus vuelos tampoco se detuvieran en aeropuerto alguno o paso fronterizo. Mismas especulaciones que se usaron contra Muammar al Gaddafi y antes Sadam Husseim, solo que más exageradas, como es propio de Mr. Trump, Mr. Pence y Mr. Pompeo, quienes se mueven por la sobreexposición vertiginosa de las crisis para justificar su superpoder.

Finalmente, la crisis venezolana, la idea de la ciudadanía masacrada que comenzaron a usar Michael Pence y Michael Pompeo, ya el 22 de enero, se ha convertido en el nuevo coto de caza estadounidense y de la derecha globalizada. Antes concentrados en el África y parte de Europa del este. Hoy entusiasmados con Venezuela y, muchos, infatuados con la idea de que el derrumbe del Chavismo está ad portas. Por eso, Medio Oriente es, durante el último bienio, entonces, el espejo al cual debe mirarse para dimensionar la irreverencia y la nula importancia que Washington da al derecho internacional de derechos humanos, como única herramienta a la conducción de crisis políticas y a la ONU como su garante. Y, asimismo, es el averno sirio —cuyo reflejo amenaza ser una pesada sombra que recorra esta nación—, el laboratorio de la ética perdida por la comunidad mundial, especialmente de izquierda, al aceptar sin réplicas el método de la administración Trump. Al Assad no ha sido derrocado en 8 años y Maduro no tiene por qué caer el 23 de febrero. Y, tal como si viniera caminando desde el desierto del Yunque del Diablo que conduce hacia Deráa y que le valió la gloria a Lawrence de Arabia, y a sus más fieles milicianos beduinos, antes de la repartición de Sykes-Picot, nos seguirán inventado relatos —aunque sin la verdadera belleza y la épica de hace un siglo— para maquillar y figurarnos la hidalguía de Juan Guaidó, el Herodes, el prefecto de Roma.

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Mozah bint Nasser al-Missned, jequesa de Qatar, esperando el desenlace del 23 de febrero.